La resiliencia democrática es un nuevo concepto que ha surgido en el contexto del retroceso democrático en todo el mundo. Si bien algunos países están experimentando un declive en su práctica y cultura democráticas, otros han logrado navegar en aguas turbulentas y han adaptado sus sistemas democráticos a los nuevos y emergentes desafíos, incluyendo contrarrestar gobiernos autoritarios, populistas y caudillistas. Hace apenas una década, la celebración de elecciones relativamente libres y justas no solo confería legitimidad a un proceso de gobernabilidad democrática, sino que también fortalecía la transferencia pacífica del poder. Hoy en día, los autócratas utilizan las elecciones para legitimar su gobierno antidemocrático y, en otros casos, los candidatos perdedores cuestionan la legitimidad del proceso y los resultados, simplemente porque no ganaron. Todo el ecosistema de la gobernabilidad democrática está bajo presión, incluyendo elementos clave como los medios independientes, el estado de derecho y la sociedad civil. Mientras tanto, los gobiernos autoritarios se han expandido en todo el mundo a expensas de normas, valores democráticos y los derechos humanos. Gobiernos y líderes con tendencias autoritarias han presidido el retroceso democrático, desmantelando y atacando instituciones como tribunales y medios de comunicación, y cerrando el espacio cívico. ¿Cómo podemos entender la resiliencia democrática en este contexto? ¿Qué hace que un país democrático sea resiliente?

Resiliencia Democrática

Cuando uno escucha el término resiliencia, generalmente se relaciona con marcos ambientales y ecológicos y desastres naturales. La resiliencia se utiliza para describir un sistema ecológico y es una medida de la cantidad de perturbación que el sistema puede soportar y aún así mantener la misma estructura y funciones. Como tal, la resiliencia aborda la capacidad de un sistema para sobrevivir frente al cambio. Cuando el concepto se traslada al ámbito sociopolítico, adquiere un marco un tanto distinto, pero sin embargo con elementos similares. Por ejemplo, cuando se aplica a la democracia, la resiliencia se refiere a la capacidad de un sistema sociopolítico democrático para hacer frente, sobrevivir y recuperarse de desafíos y de crisis complejas que representan tensiones o presiones que pueden conducir a una falla sistémica. Pero no es tan simple, ya que la democracia es un sistema complejo, con distintos estándares en todos los contextos. Por ejemplo, el régimen cerrado y autoritario de Corea del Norte es conocido como la “República Popular Democrática” de Corea del Norte. Rusia, China, Nicaragua y Cuba afirman que sus regímenes son “democráticos”. En realidad, elecciones en estos regímenes autocráticos son usadas como medios para tener elecciones sin ninguna oposición, y asegurar el poder para que hijos, esposas y otros miembros de la familia o apoderados puedan extender el gobierno autocrático. Como tal, se puede argumentar que este tipo de regímenes gozan de una relativa longevidad debido a que han manipulado el sistema democrático, pero no son resilientes ni democráticos por naturaleza.

Cuando se resalta la democracia en sus términos más genuinos, las elecciones ya no están íntimamente ligadas al concepto. En el siglo XXI, lo que importa en cambio es el desempeño de la gobernabilidad democrática o la capacidad de garantizar la voluntad y el consentimiento de los gobernados, las instituciones responsables, el estado de derecho y el respeto por los derechos humanos. Como escribí en el artículo inaugural de este blog, la gobernabilidad democrática es más que la celebración de elecciones periódicas, abiertas y competitivas. Tener libertades y el derecho al voto son ingredientes importantes de la gobernabilidad democrática, pero no suficientes para la resiliencia democrática. Como señala Francis Fukuyama en su libro Orden político y decadencia política, además de las elecciones, otros ingredientes clave de la resiliencia democrática podrían ser: un estado moderno (frente a uno neopatrimonial); el estado de derecho como medio para restringir el poder y la discrecionalidad; y un sistema sociopolítico de rendición de cuentas democrática para exigir y ejercer la fiscalización y evitar la impunidad. A su vez, la dinámica de la gobernabilidad democrática se desarrolla no solo durante las elecciones sino, lo que es más importante, después y entre elecciones, cuando los ganadores de las elecciones tienen la responsabilidad de gobernar y continuar mejorando y fortaleciendo el sistema de gobernabilidad democrática mientras planifican y elaboran estrategias para la próxima elección competitiva que ocurre en un plazo razonable determinado de tiempo (3-6 años). A diferencia de los sistemas autocráticos y autoritarios, la arquitectura de la gobernabilidad democrática en un país determinado tiene que ofrecer el espacio y la elasticidad para articular los procesos políticos y normativos con el discurso entre elecciones, y garantizar que el gobierno y los ciudadanos lleguen a un consenso mínimo sobre una serie de áreas de políticas de “bien público”, tales como regulaciones, derechos humanos, leyes, justicia, bienestar y protección ambiental.

La gobernabilidad democrática como sistema, sin instituciones viables que reflejen las aspiraciones de la gente, puede atrofiarse. Y este punto de inflexión puede crear una oportunidad para demócratas y autócratas. Los autócratas, en particular, utilizan el punto de inflexión a su favor, ya que su argumento sobre el problema se simplifica y pretende arrojar más dudas sobre el actual sistema de gobierno democrático. En la mayoría de los casos, los autócratas no tienen una estrategia viable para mejorar o fortalecer el sistema, sino que su objetivo se centra en la toma del poder. Por otro lado, la mayoría de los demócratas entienden que el punto de inflexión involucra reformas, pero el proceso democrático mismo hace que la solución obvia sea más complicada, y necesariamente involucra compromiso y consenso. En última instancia, la resiliencia democrática implica la capacidad del sistema para: absorber el estrés o la presión (elasticidad); superar desafíos o crisis (recuperación); cambio en respuesta al estrés en el sistema (reforma/adaptación); y reforma para abordar desafíos o crisis de manera más eficiente y eficaz (innovación/expansión). Además, elementos que se refuerzan mutuamente o su ausencia, como controles tanto dentro como fuera del estado para los que ejercen el poder (es decir, tribunales independientes, una prensa independiente y la sociedad civil); apertura a las alternancias en el poder; y nivelar el campo de juego para los derechos humanos, también contribuyen a la resiliencia democrática.

La Resiliencia Democrática en Practica 

La democracia es también algo más que un ideal. Es un motor práctico de autocorrección y mejora que empodera a las personas para luchar constantemente y pacíficamente hacia ese ideal. Para ser resiliente, el sistema de gobernabilidad democrática necesita contar con herramientas para ser elástico, recuperarse, reformarse/adaptarse e innovar/ampliarse. En otras palabras, la capacidad del ecosistema de gobernabilidad democrática para autocorregirse. Esto es lo que en última instancia distingue a los regímenes autocráticos de los democráticos, ya que los regímenes autocráticos no tienen incentivos para autocorregirse. Su motivación es sembrar el miedo y desinformar y, a través de estos, enraizar el poder para ellos, sus familias y un puñado de fieles seguidores.

En los sistemas democráticos, los formuladores de políticas, los académicos, la sociedad civil y el sector empresarial pueden ser la fuente para identificar cambios necesarios en el sistema y asegurar que se ejerza una mayor elasticidad de una manera que sea legítima y responda al sistema de gobierno democrático. El cambio y la reforma pueden ocurrir a través de reformas constitucionales. Sin embargo, es probable que los pasos incrementales a lo largo del tiempo en lugar de los cambios grandiosos produzcan resultados más óptimos para la resiliencia democrática. Como tal, la resiliencia democrática puede medirse como la continuación de la gobernabilidad democrática a lo largo del tiempo, sin disminuciones sustanciales o sostenidas en su calidad, es decir, evitar el retroceso hacia un gobierno autoritario. Como se puede observar en la Gráfica 1, la resiliencia democrática se puede analizar en dos dimensiones y etapas. Primero, según el tipo de régimen (autocracia cerrada, autocracia electoral, democracia electoral, democracia liberal). Y segundo, a partir de dos escenarios o etapas. En la primera etapa o el inicio de la resiliencia, las democracias exhiben resiliencia al mantener o mejorar su nivel de gobernabilidad democrática y evitar retroceder hacia un gobierno autoritario. El margen de maniobra en la resiliencia de inicio es más amplio. En la segunda etapa, las democracias que están experimentando presiones y prácticas autoritarias pueden promover la resiliencia al evitar una mayor ruptura democrática. El margen de maniobra en esta etapa es estrecho.

Los datos y análisis de Freedom House, Idea International, V-Dem y otros parecen nutrir la teoría de que la resiliencia democrática en la práctica está impulsada por tres características de diseño institucional:

  1. La devolución de la autoridad de decisión pública a unidades de decisión localizadas. Cuanto más centralizadas y verticales sean las estructuras e instituciones, más difícil será promover las condiciones para la resiliencia democrática y viceversa, más fácil será para que los regímenes autoritarios retrocedan y tomen el poder.
  2. Rendición de cuentas y respectivas consecuencias a la no rendición de cuentas; y
  3. El uso efectivo de instituciones existentes, la generación de nuevas instituciones, y prácticas cívicas que promuevan las condiciones necesarias para esfuerzos de resolución de problemas.

El objetivo detrás de estas características institucionales es desarrollar estructuras de gobernabilidad democrática orientadas a resolver preocupaciones genuinas y concretas (oportunidades, servicios, bienes públicos, transparencia) en el ecosistema. Es una forma de avanzar en la resolución de problemas y ofrecer una réplica potencial a las dudas generalizadas sobre la eficacia de la acción democrática. Más importante aún, ayudarían a entregar bienes y servicios a los sectores de la sociedad que a menudo se les ha negado y/o excluido. Finalmente, estos arreglos institucionales ayudan a promover la participación crítica de los electores y las partes interesadas más allá del proceso electoral real. En esencia, esto construye la experiencia democrática o también llamada stock democrático. Al entablar conversaciones y diálogos, los ciudadanos y los funcionarios gubernamentales encuentran razones mínimas aceptables para trabajar juntos bajo acciones colectivas.

La Política de la Resiliencia Democrática

La resiliencia democrática es ineludiblemente política, más que gerencial y/o administrativa. Implica tomar decisiones de cómo se utilizarán, invertirán o distribuirán los recursos, y encontrar el compromiso necesario para gestionar las disputas inevitables que surgen de los cálculos de los intereses de los individuos y los partidos sobre quién ganará y quién perderá. Como sugirió Bertrand de Jouvenel, la política debe definirse no solo de acuerdo con las instituciones, los agentes del Estado y los actores sociopolíticos, sino también de acuerdo con dos presupuestos básicos: 1) que las acciones se vuelven políticas cuando la ayuda de otras personas es necesaria para lograr un objetivo; y 2) la política ocurre siempre que un proyecto requiere el apoyo de la voluntad de otros. Por lo tanto, una definición más relevante de resiliencia democrática sería la capacidad sistémica de generar una corriente de voluntades para lograr un objetivo previamente acordado (por ejemplo, cambiar en respuesta al estrés del sistema y cómo abordar desafíos y crisis de manera más eficiente y efectiva). La idea de política estaría entonces asociada a la naturaleza social de los seres humanos y su capacidad de utilizar el poder para actuar concertadamente y, como sugirió Hannah Arendt, para “construir instituciones políticas como manifestaciones y materializaciones del poder”. En este sentido, la política implicaría el uso del poder, derivado únicamente de la voluntad de los individuos de actuar colectivamente por la gobernabilidad democrática.

En esencia, la democracia es una idea simple, aunque, en las formas en que se expresa en la práctica, es cualquier cosa menos simple. Después del final de la Guerra Fría, a través de la llamada tercera ola, y al final no solo del siglo sino también del milenio, la gobernabilidad democrática, en alguna forma y en una variedad de formas institucionales, se ha convertido en el lugar principal de legitimidad política y un antídoto contra regímenes autocráticos. Sin embargo, la gobernabilidad democrática no es inevitable ni irreversible. La gobernabilidad democrática requiere una comunidad, pero hoy se ha vuelto más difícil definir quiénes son miembros de esa comunidad. Vivir o ser residente de un distrito electoral ya no es suficiente para definir a esa comunidad (gobernados y/o beneficiarios). De igual forma, la representación ya no es un hecho en las comunidades democráticas, y las viejas herramientas, como los distritos electorales restringidos y las formas de gerrymandering, crean comunidades artificiales. Diversas teorías clásicas han intentado delinear los parámetros de la comunidad. En algunos, como la teoría del contrato de Rousseau, los individuos se unen en un arreglo formal con responsabilidades y obligaciones y finalizan un estado natural de solitud; en la versión de Hobbes, el contrato admite la soberanía absoluta sin otorgar ningún valor a los individuos que ceden su auto soberanía a una autoridad civil superior, o Leviatán; y en la versión moderna de Rawls, los individuos escondidos detrás de un “velo de ignorancia” se congregan para crear una sociedad justa y su aparato de gobierno.

El mundo del siglo XXI es muy diferente al de hace dos o tres siglos, la comunidad y la representación no están todavía realineadas con la política. El mundo es más dinámico y diverso, más educado, y las rápidas transformaciones socioeconómicas y políticas han propiciado un proceso natural de desintegración social. Hoy en día, los medios de comunicación y las redes sociales juegan un papel clave en la promoción de la desintegración social y la promoción del conflicto y la violencia a través de la desinformación. Si bien las redes sociales tienen un papel potencial en la construcción de paz y comunidad, a menudo se han convertido en una fuente de división, polarización y menosprecio. En gran parte debido a la disminución de la audiencia y los ingresos, los medios de comunicación de hoy son menos independientes y veraces. Para la resiliencia democrática, los medios independientes son un pilar clave como fuente para descubrir la verdad y promover la rendición de cuentas, y para producir información ampliamente accesible, sin restricciones por prejuicios institucionales o censura, y cultivando una sociedad civil bien informada. Cuando los actores autocráticos utilizan la censura, atacan a los periodistas y restringen la libertad de prensa, esto representa una amenaza para la gobernabilidad democrática y la resiliencia. La pandemia de la Covid-19 acentuó aún más la debilidad de la gobernabilidad democrática y la perspectiva de la resiliencia y afectó la confianza en las instituciones democráticas y la confianza interpersonal.

Como argumente anteriormente, en teoría, la gobernabilidad democrática se ubica opuesta a la noción de gobiernos absolutos basados en privilegios de nacimiento, de etnicidad, religioso y/o género, o basado en represión y opresión. Está claro que no hay un régimen de gobernabilidad perfecto, pero la modernización social y económica y el conocimiento han ayudado a que la humanidad evolucione y se acerque más a ideales y aspiraciones pluralistas.   Si bien algunos humanos todavía muestran preferencias por formas de gobierno jerárquico, autoritario e individualista, la emergente compleja y divergente sociedad necesita nuevos enfoques de comunidad y representación para asegurar en la nueva era una gobernabilidad democrática efectiva. La resiliencia democrática implica remodelar la matriz sociopolítica y la lógica institucional.  Eso significa fortalecer los mecanismos institucionales para absorber el estrés o la presión; superar desafíos o crisis; cambiar en respuesta al estrés del sistema; y reformar para abordar los desafíos de manera más eficiente y eficaz.

Sigo argumentando que la gobernabilidad democrática tiene que ver tanto con el gobierno como con los ciudadanos, no así solo con el gobierno. Los países que han mostrado resiliencia democrática a lo largo del tiempo brindan evidencia. La promoción de la resiliencia del gobierno y de la sociedad, así como la resiliencia de las instituciones y los procesos democráticos, están interrelacionados, ya que son partes integrales del ecosistema de la gobernabilidad democrática. De igual forma, la construcción de resiliencia democrática debe ser específica al contexto, ya que no existen soluciones únicas para absorber y recuperarse de cualquier tipo de estrés y perturbación, aunque los esfuerzos localizados pueden también beneficiarse de esfuerzos y colaboración regional y global.  Como hemos visto en esta última década, los desafíos de resiliencia para la gobernabilidad democrática local o nacional puede tener un efecto dominó regional y global. Por lo tanto, es necesario tener, por un lado, medidas específicas de fomento de la resiliencia, para garantizar y aumentar la participación democrática, responder a las campañas de desinformación y mejorar la resiliencia de la infraestructura institucional, pero, por otro lado, también es importante coordinar a nivel intergubernamental.  El avance de la gobernabilidad democrática es la mejor opción para la humanidad. A diferencia de las autocracias, la gobernabilidad democrática no puede controlar ni imponer decisiones. Cualquier esfuerzo por invertir en estructuras legales y regulatorias sólidas y una ciudadanía informada y activa favorecerá la resiliencia a largo plazo.

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